Al supuesto "comunicador, periodista y estratega digital" Daniel Vivas (@Dani_Matamoros) no le bastó con decir que no le gustaba el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez; lo cual está en todo su derecho, sino que se dedicó a despotricar tanto del evento como de los asistentes, con un tono displicente y racista. Según el perfil de su blog en el periódico El Tiempo (@ELTIEMPO), este personaje se dedica, entre otras cosas, a escribir "columnas llenas de humor, sarcasmo y crítica ácida y mordaz". Estos son algunos apartes de lo que dijo sobre el Festival:
"Avisen cuando esa cochinada del Petronio Álvarez se haya terminado para volver a Cali. Yo la verdad con ese jolgorio multiétnico racial sobrevalorado nunca he podido. Le di su oportunidad […] Intenté que esas hijueputas marimbas corrompieran mi cuerpo […] Intenté sacudir mis caderas como una negra desquiciada de esas que tienen esa cuca caliente […] Estuve allí en ese patio donde el mundo saltaba, sudaba, y por los cuartos a mi alrededor un montón de negros tocaban diversos instrumentos. No recuerdo cómo era la sincronía musical pero sé que todo el mundo brincaba feliz, y creo que hasta pichaban […] Fui con unas pastusas a que conocieran esa decadencia. Recuerdo que estaba tan ebrio que en plena calle me arrodillaba y le mordía las nalgas a una, porque no era capaz de darle besos por fea y su culo era lo único bueno […] Pero no. Ese evento, ese caldo social sexual musical de cultura, vagabundería, ocio, pernicia, tradición e historia no es para mí”.
¿Qué le habrá hecho creer a este individuo que esta crítica es graciosa? ¿En qué estaba pensando? A este "comunicador" se le olvida que hacer sátira y humor no es para todo el mundo. Hay que ser inteligente para ello. Muchos comediantes utilizan el humor para hacer críticas, muchas veces pasadas de tono, sin llegar a ser ofensivas, pero sí graciosas. La sátira sirve para burlarse de aquellos poderosos cuyos planteamientos son absurdos y sus acciones contradictorias; para ridiculizar a aquellas elites que se creen por encima de la ley; es decir, a los "usted no sabe quién soy yo"; para poner en su puesto a aquellos que se creen listos, pero que en realidad son unos idiotas; para dejar en evidencia a nuestros malos gobernantes y bajarlos un poquito del pedestal en el que se encuentran.
Referirse a alguien, o burlarse del otro, por su aspecto físico o su color de piel, no es gracioso; por el contrario, es ofensivo y muchas veces discriminatorio. Esto nos recuerda al humorista Roberto Lozano, también caleño, quien con su personaje "el soldado Micolta" alimentaba imaginarios racistas por medio del humor y, como si fuese poco, a través de un medio de comunicación nacional y en horario familiar. Este tipo de personajes practican un humor que no los obliga a ser creativos, un humor chabacano, basado en estereotipos; sean estos: defectos físicos, etnias, regionalismos u orientación sexual. Hacer humor no es fácil. Se requiere de una chispa de genialidad para ello. Ofender, menospreciar y burlarse de los otros, porque sí, sí lo es. Eso lo puede hacer cualquiera.
Es claro que este "comunicador" está en todo su derecho de escribir y decir lo que quiera, pero él más que nadie debe saber que las palabras tienen poder tanto para construir como para destruir; pueden unir o dividir a las personas; pueden generar amor u odio. Así como este personaje tuvo la osadía de usar un espacio de opinión para vilipendiar a toda una etnia, que ahora tenga la gallardía suficiente para asumir las consecuencias. Ahora le toca enfrentar las críticas por lo que dijo, antes de volver a ser irrelevante; particularmente para muchos de nosotros.
Quien siembra vientos, recoge tempestades.